LuzBohemia

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Pretenciosa 5/10

 

Si cuando uno ve una película de ciencia ficción y, al terminar, siente que las dos cosas que más le han impresionado son la banda sonora y los paisajes, creo que algo va mal.
Y sí, algo va mal en esta pretenciosa película, o tal vez sea solo pedante. Y no solo me refiero a las ínfulas metafísico-teológicas de las que ya habló Spilberg en su AI. Él ya nos contó que vamos a extinguirnos como los dinosaurios y que luego los seres venideros de inteligencia artificial nos estudiarán como a interesantes fósiles. Lo sabíamos, pero aun así, quizá no sea tan malo que nos lo repitan. Lo malo llega después. Y mira que la película me estaba gustando al principio... Me gustaba el minimalismo, la puesta en escena teatral, los actores, el juego de las preguntas, el test de Turing... Va de elegante, de sofisticada...
Pero lo malo llega después, y son otras cosas: los estereotipos.
¿Quién es el que hace los androides? Un científico, hombre, por supuesto, megalómano, pseudointelectual, chiflado por la buena música y el buen arte, amante del alcohol y misántropo probablemente hasta misógino, no podía ser de otra forma. Lo sabe todo de bioingeniería, biomecánica, robótica, programación y lo que haga falta, para construir él solo robots antropomorfos e inteligentes, con un cerebro gelatinoso de su invención. Todos los investigadores de hoy trabajamos en equipo, haciendo sinergia entre diferentes campos científicos, pero él no. Él es dios, y hombre, como no podía faltar. Amen.
Y ¿qué androides hace? Pues "ginoides": nenitas flacas, modelos multirraciales, que parecen sacadas de cualquier página porno. Esto casi que se lo perdono, porque si yo hiciera androides, o sea robots-hombres, pues también me los haría al gusto de mis preferencias sexuales, que son muy variadas y multirraciales, puesta a elegir... Lo que ya no perdono son los comportamientos de dichos ginoides: algunos en su papel de objetos decorativos, y por supuesto sin hablar y sirviendo de consuelo sexual, y tampoco el vestuario, o la falta del mismo, y, especialmente, los tacones que se pone nuestra heroína cibernética al final de la película. Porque esos tacones de 12 centímetros están absolutamente de más. Ningún ser inteligente se los colocaría en medio de los montes noruegos.
Así que, al final ¿con qué me quedo? Con esa espectacular Noruega, disfrazada de Canadá, que nos enseñan a lo largo del metraje, y con la maravillosa canción de las Savages con la que se cierra la cinta y que es la guinda de este pastel cinematográfico pseudofilosófico en el que ni los androides cuando les toca la suerte de ser féminas se libran de los tacones, la minifalda y el aspecto anoréxico. ¡Viva la ciencia ficción del siglo XXI!